Gabriela Ortiz, nominada al Latin GRAMMY®, es una de las compositoras más destacadas de México en la actualidad y una de las músicas más vibrantes que están surgiendo en la escena internacional. Su lenguaje musical logra una extraordinaria y expresiva síntesis de tradición y vanguardia; combinando el alto arte, la música folclórica y el jazz de forma novedosa, frecuentemente refinada y siempre personal. "Es difícil describir mi estética", dice Ortiz. "Mis puntos de inspiración proceden de muchos lugares y muchas culturas: hay influencias de América y de la música folclórica, pero también de África y otras zonas. Es algo muy colectivo".

En febrero, la DSO interpretará su obra de 2018 Antrópolis. Bailarina en su juventud, Ortiz se inspiró en las famosas discotecas de Ciudad de México para crear una pieza corta que recuerda su influencia e importancia en décadas de vida nocturna. "En México, la gente dice 'vamos a un antro - vamos a un club de baile". Lo uní a "-polis" o ciudad, para crear el título de la obra. Había cuatro clubes de baile históricos en Ciudad de México, pero han desaparecido. Así que esta obra es mi celebración de esos clubes, conduciendo por Ciudad de México. Te inspira a ir a bailar y a recordar esa cultura".

Nací en la ciudad de Barquisimeto, Venezuela. El amor por la música y la formación se lo debo a mi cariñosa madre.

Mis recuerdos de la infancia son de mi ciudad natal, Barquisimeto, y del pequeño pueblo de Biscucuy, en el Estado Portuguesa. Pasé mis vacaciones al pie de las montañas de los Andes venezolanos. Creo que el contacto con el campo y la naturaleza me enriqueció. Las montañas, los ríos y el trabajo del campo formaron mi carácter de amante del trabajo desde muy joven. Barquisimeto hizo lo mismo. Fue una ciudad de oportunidades.

Entré en la primera generación de El Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles (El Sistema) en 1975. Mi hermano me llevó al primer ensayo de esta nueva orquesta. Ese día, mientras escuchaba la Quinta Sinfonía de Beethoven, me enamoré de la música. Le pregunté a mi madre si apoyaría mi carrera musical, e inmediatamente dijo que sí.

Lo que más me gustaría que la gente conociera de mi cultura y de mi país es lo que hemos conseguido con El Sistema. Desde su creación, ha sido capaz de dar a los jóvenes la oportunidad de entrar en el mundo de la música sin ninguna limitación. El pueblo venezolano ha integrado a todas las razas y clases sociales a través de la música. Doy crédito al maestro José Antonio Abreu, fundador de este programa, mi guía y amigo, que nos dio las oportunidades de crecer y hacer historia a través de la música en Venezuela y el mundo. Mi país me dio muchas oportunidades, por lo que estoy agradecido. Es por eso y por muchas otras razones que siempre llevo el lema de El Sistema que dice: TOCAR Y LUCHAR.

¿Puede decirnos dónde nació/creció?

Nací y crecí en la Ciudad de México hasta los 15 años y luego comencé a asistir a un internado de secundaria en los Estados Unidos. Continué mis estudios universitarios y de posgrado en el extranjero y visitaba mi país una o dos veces al año. La Ciudad de México sigue siendo mi hogar a pesar de haber pasado tantos años fuera de ella. 

¿Cómo te iniciaste en la música y puedes compartir un poco tu experiencia estudiando música? Por ejemplo, ¿fueron tus experiencias de estudio de la música en México diferentes a las de Estados Unidos y cómo te ha formado eso como músico y profesor?

Me inicié en la música de muy pequeña porque mi padre era intérprete profesional de orquesta y profesor. Mi hermana y yo íbamos al conservatorio mientras él daba clases de trombón y me fascinaban todos los sonidos que se oían en los pasillos. Para mí, la vida normal giraba en torno a la música y los conciertos. Más tarde, me inicié en la flauta durante un viaje a California, donde acabé asistiendo a un programa de verano de la banda, en el que descubrí que tenía talento para tocar música. Inmediatamente después de regresar de ese viaje, mi papá me inscribió en clases particulares con el flautista principal de la Filarmónica de la Ciudad de México y ahí comenzó mi viaje oficial. Asistí al Conservatorio Superior de Música durante 2 años, donde aprendí el sistema musical tradicional europeo antes de irme a estudiar al extranjero. Esto me permitió experimentar y comparar ambos sistemas educativos, el del conservatorio y el de la banda. Definitivamente preferí el entorno del conservatorio, incluso después de dejar la Ciudad de México, porque creía que incluía una gama más amplia de habilidades pertinentes al instrumento y atendía a aprender a tocar con más colores. 

Durante mi licenciatura, asistí a una escuela muy pequeña, lo que significaba que el enfoque principal para los estudiantes de música era el aprendizaje de repertorio solista o de cámara. Aunque anhelaba participar en un programa orquestal, estos años resultaron muy beneficiosos para aprender el repertorio solista, los matices y las complejidades de la música de cámara. Más tarde, durante mi primer año de universidad, fui aceptada como asistente de la flauta principal en la Orquesta Juvenil de San Luis, lo que se convirtió en el punto culminante de mi carrera en ese momento. Siempre he disfrutado y me he sentido como en casa en el escenario y esta oportunidad me abrió muchas puertas para aprender el repertorio orquestal que todavía me toca la fibra sensible cuando lo escucho. Una de esas piezas es la de Debussy La Mer. 

Durante la escuela de posgrado, aprendí muchas habilidades pertinentes para dirigir y participar en programas educativos comunitarios, ya que presidí el quinteto de viento de madera y a menudo tocábamos para escuelas secundarias y preparatorias. Estos dos años de actuación intensiva me ayudaron a ver que muchos de los estudiantes con los que trabajábamos no eran conscientes de las posibilidades de la música, especialmente porque las comunidades que visitábamos eran zonas subdesarrolladas. La compasión que sentí por estos estudiantes alimentó mi interés por dar a conocer la música clásica entre los jóvenes. Como muchos niños también eran de minorías, empecé a notar que cada vez que compartía de dónde era y empezaba a hablar en español, sus caras se iluminaban y, a menudo, se acercaban a mí después del concierto para compartir de dónde eran y que se sentían vistos. 

Estas, entre otras muchas hermosas experiencias que he tenido en mi vida, han alimentado mi pasión por la enseñanza. Creo profundamente que los niños se merecen la mejor educación y, a menudo, esto no es sólo en la forma en que aprenden una materia, sino, más bien, en la forma en que son atendidos durante el proceso de aprendizaje. Quiero que todos los niños sean y se sientan vistos, comprendidos y seguros dentro de un entorno de aprendizaje. Creo que esta es la razón por la que enseñar en el Programa de Jóvenes Músicos es mi parte favorita de cada día.